When your brain is Game Over. An Erasmus' life.: septiembre 2011

lunes, 26 de septiembre de 2011

Primer viaje: Maastricht, Holanda.

Es curioso que las primeras fotos que he tomado con mi cámara han sido de una ciudad y un país diferente del que estoy viviendo. Supongo que algún día haré fotos de Lieja…algún día.

Maasctricht, ciudad holandesa, a la que se tarda en llegar 15 ó 20 minutos en tren. Cruzas la frontera y no te percatas de ello, como cuando vives cerca de Portugal. Es una ciudad bonita, pero vamos a ser sinceros, no fui exclusivamente a verla. Es conocida por sus famosos Coffeeshop y porque todo el mundo va allí ‘a bajarse el moro’ como diríamos nosotros. Es, sin duda, una ciudad muy diferente a Lieja. Es más alegre, pero también hay que decir que hacía muy buen tiempo, seguramente en ese momento el centro de Lieja estaría lleno de gente. Además que todos los fines de semana hay algo que hacer, cuando no es un festival, es un mercadillo y cuando no, descansar de una resaca.

De Maastricht no vi mucho, ni tampoco hay mucho que contar, si acaso, que el tren que nos llevó hasta allí parecía el Expreso de Hogwarts y que como suele pasar con estas cosas, iba lleno de españoles, sin duda, inconfundibles. Y cuando salimos de la estación nos encontramos con un carro de la compra lleno de comida gratis. Una tentación para cualquier español. Yo dije, que se me hacía raro que dieran comida así de tan buena gana. Efectivamente, tenía trampa, era comida  caducada de un par de días o que se caducaría pronto. Alguien lleno todo ese carro con comida que se encontró en dos papeleras. Era literalmente 'comida basura'. Cuando vinimos de vuelta, el carro estaba prácticamente vacío.

Después de aquello, caminamos por la ciudad y vimos algunas callejas y en una plaza vimos un grupo de personas que por alguna razón que aún desconozco bailaba allí. En mi vida había visto menos alegría bailando. Yo creo que a los holandeses le corre tinta por las venas en vez de sangre. Y al final acabamos en el Coffeeshop, en el que estuve bastante rato. Este concreto se trata de un barco al que le gente va a fumar. Llegas allí, compras lo que quieres y entras en el 'fumadero', te lías los porros y te pones allí a lo tuyo con los colegas y tan panchos, todos a fumar. Lo mejor, que es legal y lo peor que a partir de noviembre a los españoles se nos veta la entrada. Así que al menos yo puedo decir que fumé en aquel coffeeshop.


















lunes, 19 de septiembre de 2011

De ligues va la cosa.

En las casi dos semanas que llevo aquí me han pasado muchas cosas, pero como estas, ninguna. Todo empezó con el muchacho aquel que quiso ligar conmigo el mismo día que llegué, allí en la puerta del albergue. Desde aquel día la cosa no ha parado.

Todo esto se debe a la cantidad de moros (por generalizar) y de negros, entre los que arraso; no es por ir de guay ni nada, pero es cierto y está comprobado. Bueno, todos estos personajillos alegres se reúnen en un barrio, Outre-Meuse. Nosotros lo denominamos ‘El Gueto’, como el Bronx de New York. Bien pues este barrio me es muy conocido ya que, es donde está la escuela y donde siempre cojo el bus para volver a casa. Por supuesto, también es donde me deja, tanto para ir a clase como para ir a cualquier parte.

Siempre que estoy por ese barrio conozco a alguien nuevo, pero eso sí, siempre del sector masculino. Siempre hay alguno que me viene y me habla o me sigue cuando ve que paso del tema. Los hay que aunque les hable en español, insisten, como me pasó con el negro del puente. Pasó que yo iba hacia la parada, como no en Outre-Meuse, que está entre dos ríos, el río Mosa y el río Ourthe, por lo cual, he de cruzar una pasarela. Aquella noche me crucé con unos muchachos, ellos iban en sentido contrario. Uno decidió que hablarme era una buena opción, yo lo ignoré y él decidió que dar por saco era aún mejor opción. Yo le hablaba en español con la esperanza de que se fuera con los coleguitas y me dejara en paz, pero como no me entendía ni yo a él, el nota insistía. Me empecé a asustar un poco cuando vi que no se iba y me seguía. Y yo por señas le decía tú te vas para un lado y yo para el otro y él me decía que no, que se iba conmigo. Y así hasta que supongo que se cansó, porque solo le decía que no. Pero yo creo que si por él hubiera sido, me acompaña a la puerta de casa.

Hubo otro, que mientras yo iba a la parada me seguía y me hablaba y ya por desesperación me paré e intenté decirle que me dejara, que me iba. Perdí el autobús mientras le daba carpetazo. El tío se estuvo riendo hasta que llegó el siguiente autobús. Los hay también, que los fines de semana me ven por algún bar y me siguen, con toda la borrachera que llevan encima. Hubo uno que se me acercaba bailando, pero solo movía el culo, lo que se traduce a que se me acercaba de frente y dando como saltitos o algo así. Me persiguió por todo el bar. Que pesao’. Recuerdo también a un muchacho, al cual confundí con un español, porque lo veía así de lejos, menudo chasco me llevé cuando lo tuve de frente. Hablé con él, ya que estaba, y hablaba algo de español, no era mala gente, pero es que no me fio. Pensaba que no lo volvería a encontrar…soy una ilusa. Y menos mal que siempre que me piden un número de teléfono les digo que no tengo, mentira, a falta de uno tengo dos, el belga y el español. 

Pero creo que el que más gracia me ha hecho de todos, es un marroquí de unos 40 años. Me vio, me habló y yo lo ignoré. Como siempre pasa, me siguió, hasta la parada del bus y me habló. Le contesté en español y me dijo que hablaba inglés. Yo ya no sabía qué hacer, no tenía escapatoria, el autobús iba a tardar al menos 20 minutos. Decidí contestarle. Hablamos en inglés un rato y me decía que quería quedar y así yo aprendería francés y el español, que quiere aprender el idioma. Que si podía verme otro día, que me daba su número de teléfono, que le gustaba conocer gente especial como yo…He llegado a la conclusión de que no sólo me ven cara de guiri, si no que también cara de tonta. Que me quiere enseñar francés, si claro y yo me lo creo. Como dice Juanjo, otro chico Erasmus, este lo que quiere es enseñarme el Kebab, pero él y todos.

Creo que para la próxima vez que decida comprar algo, será un spray de pimenta.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Decepción.

Acabo de llegar a casa, con los pies calados por el agua y con un frio tremendo. He cogido el último autobús que había y estaba tan lleno de gente que las puertas no cerraban. Éstas tienen un hierro horizontal en el interior que forma parte del mecanismo de apertura y cierre, lo que hace que se pierda un hueco para que otra persona pueda entrar, en casos como este, claro. Pero como, no es así, he venido todo el trayecto, no sólo apretujada, si no que también clavándome el asqueroso hierro en la espalda. Realmente me ha hecho daño, mayormente porque cada vez que el bus frenaba era como si todo el peso de todo el mundo que había de pie se viniera para mí. Yo creo que no he llorado por vergüenza más que por otra cosa. Sinceramente creo, que en un mal frenazo podría haberme fracturado tranquilamente una vértebra.

Realmente, todo esto no me preocupa, al fin y al cabo es mi problema. Vivo lejos, lo que conlleva que o me voy pronto o muy tarde cada vez que salgo. Lo que si me deja fría de verdad es ver la poca hospitalidad de la gente, vamos hablando claro, la poca hospitalidad domiciliaria, por llamarlo de alguna manera. No sé, supongo que es mucho esperar que alguien sabiendo que vives lejos, que tienes prisa por llegar a la parada porque no quieres perder el último autobús y que está lloviendo, te invite a su casa a dormir. Es fácil para aquellos que viven por el centro o para aquellos que pueden quedarse en algún lugar, pero no para mí. Supongo que sí, es mucho esperar.

Yo creía que estaba todo resuelto y que no tendría problemas pero ya veo que no, no con la gente al menos. Ya no sólo es el hecho de lo triste que me parece que se haya creado un grupo tan fuerte de personas, las cuales llevas viendo todo el verano por diferentes redes sociales, que ahora pasen por tu lado y ni te miren a la cara o que intentes entablar conversación pero se cierran en banda y no aceptan a nadie más; si no que algo parecido a eso y que tanto odio, haya pasado a mi alrededor entre mi ‘propia gente’ haciéndome sentir como una verdadera extraña.

Supongo que debería haber hecho caso cuando una amiga me dijo que no viviera sola, que no fuera tonta y que conviviera con otros estudiantes, quizás así, supongo que no me sentiría tan sola y no me sentiría tan sumamente frustrada con la mierda de los créditos y las clases, que me están dando bastantes problemas. Pero bueno, supongo que esto no es más que mi castigo, aquel que en su momento dije que tendría por no ayudar a alguien cuando lo necesitó. Y si esto es así, pues bien, castigo aceptado y lección aprendida. 

jueves, 8 de septiembre de 2011

El viaje, segunda parte.

Cuando llegamos a Bruselas, estaba lloviendo y hacía frío, es un cambio  de tiempo muy drástico, creo que me he resfriado o algo. Una vez allí tuvimos que buscar el lugar donde estaban las maletas. Se nos hizo eterno llegar allí. Estos belgas están fatal, las cintas están a tomar por saco y las únicas indicaciones legibles eran unos dibujos que desaparecían de vez en cuando. Yo creo que al menos 10 minutos tardamos en llegar. Y después de todo, encontré mi maleta.

Lo mejor venía ahora. Ir a Lieja. Allí nos encontramos con varios Erasmus, pero una concretamente una chica, llamémosla Paula, porque no sabíamos su nombre, que también tenía que hacer un viaje en tren para llegar a su ciudad. Sabíamos que la estación de trenes estaba en el sótano, pero después de la experiencia con los símbolos y las maletas yo ya me temía lo peor. Pero para nuestra sorpresa fue mucho más fácil y rápido llegar a la estación. Y allí compramos los billetes. Gracias a Marc y su excelente Francés, supimos que al parecer la única forma de llegar a Lieja era yendo a Bruselas norte y luego a Lieja, lo que suponía dos horas más de viaje. También le dijo que había un tren que salía en dos minutos y que era el nuestro. Creo que nunca me pesó tanto la maleta. Al final lo perdimos. Pero como en los billetes no ponen el horario, puedes coger el tren que quieras y al final eso hicimos. Nos montamos los tres en un cercanías que nos llevó a Leuven y ya ya de allí a la cuidad que nos correspondía. No tardamos mucho en llegar a Lieja, unos 30 ó 45 minutos, pero fue yo creo, el tramo de viaje más largo, pero el más bonito, teniendo en cuenta que también fue el único que vi.

Todo lo que veías era verde y las típicas casitas con el tejado a dos aguas y de pizarra que en España si acaso las puedes ver por el norte. Me recordaba a la casa de Charlie en la película de Tim Burton, Charlie and the chocolate Factory, sólo que sin huecos en el techo ni las paredes. Eran las casas típicas de película, con las fachadas de ladrillo visto y cada fachada de cada casa de un color, por no decir que la lluvia, y el cielo nublado le daba al ambiente un aspecto muy timbartiano, casi tormentoso, pero precioso.

Cuando llegamos a Lieja, nos bajamos en la estación de Guillemins, la principal de la ciudad y diseñada por Calatrava. Estando allí me asusté un poco al meter la mano en mi bolsillo porque me faltaba dinero, de cuando compramos el billete de tren. Imaginé que se me debió caer algún billete al suelo. En ese momento Marc me dijo, ¿no lo habrás guardado en algún otro sitio? Entonces recordé que lo guardé en la cartera. El muchacho se rió de mi en mi cara. Llevaba todo el viaje diciéndole que yo era un desastre, creo que en ese momento se dio cuenta. Después de eso recordé que se suponía que al llegar tenía que encontrarme con mi casero, que el hombre dijo que me recogería y me llevaría a mi piso. Pero como por alguna razón no tengo línea, decidí ir con Marc al albergue juvenil del centro y llamar desde allí. Entre una cosa y otra, tardé hora y media en llamarlo y el hombre seguía en la estación. Marc le tuvo que explicar lo que pasó y vino allí a por mí. Es muy simpático e incluso se ofreció a ayudar a Marc a buscar piso si tenía que ir muy lejos ya que tiene coche. Durante esa hora y media, vimos a un pobre hombre vomitar en una parada de autobús y como alguna gente se reía, supimos que los autobuses no hacen el recorrido entero, si no que un autobús hace una mitad y otro la otra mitad, así que no puedes tirar el tiquet. Y además estando en la puerta del albergue esperando a Marc, un tipo intentó ligar conmigo. Quería que fuera con él a su casa para que yo llamara por teléfono, pero yo le decía que no, que me quedaba donde estaba, no me entendió, así que la cara de póquer que puso cuando vio que me iba con Marc fue algo. Pobrecito. Y al lugar al que fuimos a llamar, era el típico sitio este en el que puedes llamar a cualquier parte del planeta, es que no recuerdo como se llama, y el dependiente me hacía ojitos. Hasta Marc se dio cuenta. Yo creo que es algo.

Y bueno, al final, mi casero llego y me llevó al piso, que está a tomar por saco, donde Cristo perdió los clavos, el mechero y todo lo que pudo perder. Y ya ahora lo que toca es aprender, sobre todo el idioma. Es complicado intentar hablar con tu casero si no tienes ni zorra de francés. Así que, lo que me espera ahora va ser algo complicado. 

El viaje, primera parte.

Miércoles 7 de septiembre, día clave, es el día del famoso viaje. Después de despedirme de mi gente, de recibir como regalo una piruleta de corazón gigante y de no dormir nada, me voy a Lieja de Erasmus. Así que aquí empieza la aventura.

Fui al aeropuerto de Sevilla en coche, con mi familia, a las 4 de la madrugada ya que el vuelo salía a las 7. Llevaba yo dos maletones llenos de ropa, pensando que pesaban algo más y tendría que pagar por cada kilo de más. Pero bueno creía que podía llevar 20 kilos por bulto así que iba conforme, hasta que llegué allí y pesaron las maletas. Resulta que no podía facturar más de 23 kilos, gratuitamente claro. Estos de Vueling que no especifican las cosas correctamente y así ocurrió que tuve que dejar una maleta, pero antes de eso, imaginaros lo que tiene que ser ver a alguien con dos maletas abiertas en el aeropuerto, pasando ropa de una a otra, un pantalón para un lado, un camiseta para el otro y entre tanto intentando que la ropa interior no saliera volando. Aquello fue un espectáculo y sólo era el principio. Me esperaba ese vuelo a Barcelona, luego el de Bcn- Bruselas y luego la tarea de llegar a Lieja sin saber muy bien cómo. He de reconocer que no sé si los vuelos fueron buenos o no, me quedé totalmente dormida, así que supongo que no estuvieron mal después de todo. Aun así, lo más gracioso de esto era que el muchacho que pesó mis maletas me dijo que tendría que pagar cada kilo no sólo en el aeropuerto de Sevilla, si no también en el de Barcelona, porque tendría que volver a facturarla, lo que suponía que si el kilo son 10 euros ya tendría que pagar el doble. Me resulta raro, ya que yo compré el vuelo Sev-Bru, así que supongo que Vueling me timó, pero un poquito nada más.

Cuando llegué a Barcelona fui a por la maleta ya que me dijeron que la tendría que volver a facturar. La maleta no apareció por ningún lado. Yo estaba ya cagándome en todo lo cagable. Cuando pregunté en el mostrador de Vueling me dijeron que yo no podía volver a facturar la maleta por el simple hecho de iba directamente a Bruselas, ya que el vuelo era Sevilla-Bruselas. Me acordé del muchacho de Sevilla y de su familia, tanto la que vive como la que no. Así que, para relajarme un rato llamé a mi madre por teléfono para decirle que ropa de la que se fue de vuelta me tiene que mandar por correo, pero con la mala memoria que tengo y mi madre que para describir algo usa el mínimo de palabras posibles, imaginarme cada prenda era complicado, porque no sabía de qué me hablaba. 

Lo malo de todo esto es que pase como cuatro horas muertas allí en el aeropuerto hasta que saliera el siguiente vuelo. Aun así, me alegró saber que, había un muchacho, Marc, que hacía el mismo vuelo que yo y que tenía como destino la misma ciudad, y aún mejor, que habla francés. Vi el cielo abierto cuando lo supe. Lo más gracioso es que, él no sabía mi nombre, sólo conoce mi nombre del Facebook, menos mal que no le hizo falta llamarme a gritos en el aeropuerto, que si no…Mientras estuve allí decidí comer algo, más que nada porque me moría de hambre, pero de todas formas, casi muero desangrada con los precios, pero era de esperar. Lo que no era de esperar es que se me cayera parte de la comida al suelo, sin querer tiré un vaso que tenia algo de fruta. Al menos había comido ya algo, y tampoco podía lamentarme, tenía ya que embarcar, así que seguramente hubiera tenido que tirarlo o algo. 

Y ya en el avión, como no, me dormí y crucé la frontera totalmente sopa y con la boca abierta, por lo cual creo que mi dignidad la perdí en algún lugar de Europa.